Erich Fromm, en “El miedo a la libertad” escribe: “Ese hombre piensa, siente y quiere lo que el cree que los demás suponen que el deba pensar, sentir y querer, y en ese proceso pierde su propio yo, que debería constituir el fundamento de toda seguridad genuina del individuo libre.
“La perdida del yo ha aumentado la necesidad de conformismo, dado que origina una duda profunda acerca de la propia identidad. Si no soy otra cosa que lo que creo que otros suponen que yo debo ser….quien soy realmente?”. El conformismo es el gran escape de la angustia de la soledad. El ruido, la diversión, el paseo por el supermercado o por Cancún, finalmente no satisfacen. Esta es la crisis, y mirarse al espejo y preguntarse: en que consiste mi identidad?
El hombre suelto. Se ha soltado de cadenas del pasado, de la tradición, de iglesias, de dogmas. Y se encuentra suelto, libre pero desorientado. Que puede hacer? Orientarse en todos los demás. Adonde vayan todos, i.e. yo también. Lo que todos hagan, haré yo también. Axial me evito la angustia de tener que armar, por cuenta propia un mundo, una ética.
Me dejo arrastar, entonces, por la manada. Salí de la libertad y ahora me metí en una cárcel sin barrotes, no se ve, no se nota, ya que te dicen hace lo que vos quieras, y se sabe que harás lo que todos los demás quieran. Pero sos libre, eso si. Irónicamente libre.
“La perdida de la identidad hace aun mas imperiosa la necesidad de conformismo; significa que uno puede estar seguro de uno mismo solo en cuanto logra satisfacer las expectativas de los demás. Si no lo conseguimos, no solo nos vemos frente al peligro de la desaparición pública y de un aislamiento creciente, sino que también nos arriesgamos a perder la identidad de nuestra personalidad.Al adaptarnos a las expectativas de los demás, al tratar de no ser diferentes, logramos acallar aquellas dudas acerca de nuestra identidad y ganamos así cierto grado de seguridad. Sin embargo, el precio de todo ello es alto. La consecuencia de ese abandono de la espontaneidad y de la individualidad es la frustración de la vida. Desde el punto de vista psicológico, el autómata, si bien esta vivo biológicamente, no lo esta ni mental ni emocionalmente. Al tiempo que realizamos todos los movimientos del vivir, su vida se le escurre de entre las manos como arena. Detrás de la fachada de satisfacción y optimismo, el hombre moderno es profundamente infeliz….”
martes, 12 de febrero de 2008
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